Mario disfrutaba observando a los demás. A través de unos ojos, podía adivinar tristeza, un fracaso o un poso amargo. Con solo un intercambio de miradas intuía un aura positiva o negativa, veía felicidad o una infelicidad permanente
Aquella mañana de agosto, mientras se tomaba un café y contemplaba a una mujer con su hija pequeña, intuía la relación que ambas tenían. Una madre que no hablaba con su hija si no era para regañarle por algo que había hecho. Una mujer triste que solo cambiaba su gesto si la llamaban al móvil. Cuando se reía daba la impresión que su infelicidad era solo una fachada para ahuyentar a las hadas. Casi siempre, compartían el café con un señor que debía de ser el abuelo, con el que la desconocida sí se comunicaba con fluidez. Mario psicoanalizaba a la mujer, pensando en que había tenido una hija no deseada y en la amargura que le producía encargarse de ella sola, ya que el padre, ligue de una noche, desconocería su existencia.
Mario pensaba todo esto, viendo la cara de la mujer, avejentada, prematuramente, por la vida. También veía a la niña jugar con una silla de plástico, juego que terminaba con la silla caída en el suelo, la madre pegando a su hija, como si hubiera roto un objeto de mucho valor, y la niña llorando desconsoladamente. Una silla de plástico no se rompe. Pero el leve maltrato de esa madre, iba calando en esa niña de aspecto frágil y triste, como su madre, fraguando una posible relación que la niña tendría con su hija en un futuro, salvo que rompiera la cadena de tristeza que va de madre en madre.
Aquella mañana de agosto, mientras se tomaba un café y contemplaba a una mujer con su hija pequeña, intuía la relación que ambas tenían. Una madre que no hablaba con su hija si no era para regañarle por algo que había hecho. Una mujer triste que solo cambiaba su gesto si la llamaban al móvil. Cuando se reía daba la impresión que su infelicidad era solo una fachada para ahuyentar a las hadas. Casi siempre, compartían el café con un señor que debía de ser el abuelo, con el que la desconocida sí se comunicaba con fluidez. Mario psicoanalizaba a la mujer, pensando en que había tenido una hija no deseada y en la amargura que le producía encargarse de ella sola, ya que el padre, ligue de una noche, desconocería su existencia.
Mario pensaba todo esto, viendo la cara de la mujer, avejentada, prematuramente, por la vida. También veía a la niña jugar con una silla de plástico, juego que terminaba con la silla caída en el suelo, la madre pegando a su hija, como si hubiera roto un objeto de mucho valor, y la niña llorando desconsoladamente. Una silla de plástico no se rompe. Pero el leve maltrato de esa madre, iba calando en esa niña de aspecto frágil y triste, como su madre, fraguando una posible relación que la niña tendría con su hija en un futuro, salvo que rompiera la cadena de tristeza que va de madre en madre.
Vaya, un comienzo prometedor. Bienvenido a la blogosfera! Me alegro de que por fín te hayas decidido, ya tienes un primer seguidor que esperará impaciente tus posts :-)
ResponderEliminarUn besote!