Tomás descubrió el mundo del chat de una forma dulce y excitante. Un día de mayo se levantó para él, el telón de un mundo virtual lleno de posibilidades del que no había querido saber hasta ese momento. Empezó siendo algo curioso, desconocido y mágico, le parecía genial eso de comunicarse con alguien en tiempo real, a través de un teclado y un monitor y no solo con otros gays de Málaga, sino con gente de cualquier remoto lugar, como su amigo Javier de Perú. O John de Miami. Con el paso de las semanas, el enganche con el nuevo mundo fue tan fuerte que chateaba todos los días y durante varias horas. Una buena terapia gratuita tras la ruptura con su novio. Bueno, gratuita no, que había que pagar el ADSL.
A Tomás le fascinaba chatear. Podía hacerlo en pijama, en boxer o desnudo, según la estación del año. Buscaba tíos siempre de su rango de edad, complexión parecida y que fuesen estudiantes como él. Solo hablaba con chicos que tuviesen foto y nunca se mostró reacio a citarse con un desconocido y menos aun después de su maravillosa primera cita con Alex.
La mayoría con los que hablaba buscaba un polvo rápido y si te vuelvo a ver no te conozco. Con el tiempo, Tomás descubrió un nuevo tipo de hombre, los hombres mariposa. Individuos, a los que después de un rato de ejercicio aeróbico compartido, no volvería a ver jamás. Chicos a los que les gustaba ir de flor en flor degustando su dulce néctar.
La primera cita que tuvo fue con un chico dos años menor que él. Alex tenía 16 primaveras y su descripción prometía. Rubio. Metro ochenta. Sesenta y cinco kilos. Ojos claros. Y estudiante de danza clásica. El chico era tímido y dijo no haber utilizado nunca antes este sistema para conocer gente. Tomás también era primerizo en el tema, pero omitió este dato. Quedaron en el centro. Al verlo en persona, Alex ya le gustó. Era tal y como se había descrito en el chat, cosa rara en ese mundo, en el que la gente se quita años o kilos con una facilidad alucinante, o se añade centímetros de altura, o de otra parte, mintiendo con un descaro que con frecuencia canta a primera vista. Una vez roto el hielo inicial, se inició una conversación fluida que los llevó con sutileza a disfrutar de unas primeras caricias mientras tomaban un café en una tetería cercana al Museo Picasso. Ninguno deseaba perder el tiempo. Luego vendrían unos besos con sabor a canela, clavo y chocolate. Más caricias y una invitación para subir a su casa. Alex accedió y los disfrutaron de un placer compartido que ambos recordarían de forma desigual. Una cita suficientemente buena para repetir. Para gozar de nuevo. Para sentir el sabor de la piel.
A Tomás le fascinaba chatear. Podía hacerlo en pijama, en boxer o desnudo, según la estación del año. Buscaba tíos siempre de su rango de edad, complexión parecida y que fuesen estudiantes como él. Solo hablaba con chicos que tuviesen foto y nunca se mostró reacio a citarse con un desconocido y menos aun después de su maravillosa primera cita con Alex.
La mayoría con los que hablaba buscaba un polvo rápido y si te vuelvo a ver no te conozco. Con el tiempo, Tomás descubrió un nuevo tipo de hombre, los hombres mariposa. Individuos, a los que después de un rato de ejercicio aeróbico compartido, no volvería a ver jamás. Chicos a los que les gustaba ir de flor en flor degustando su dulce néctar.
La primera cita que tuvo fue con un chico dos años menor que él. Alex tenía 16 primaveras y su descripción prometía. Rubio. Metro ochenta. Sesenta y cinco kilos. Ojos claros. Y estudiante de danza clásica. El chico era tímido y dijo no haber utilizado nunca antes este sistema para conocer gente. Tomás también era primerizo en el tema, pero omitió este dato. Quedaron en el centro. Al verlo en persona, Alex ya le gustó. Era tal y como se había descrito en el chat, cosa rara en ese mundo, en el que la gente se quita años o kilos con una facilidad alucinante, o se añade centímetros de altura, o de otra parte, mintiendo con un descaro que con frecuencia canta a primera vista. Una vez roto el hielo inicial, se inició una conversación fluida que los llevó con sutileza a disfrutar de unas primeras caricias mientras tomaban un café en una tetería cercana al Museo Picasso. Ninguno deseaba perder el tiempo. Luego vendrían unos besos con sabor a canela, clavo y chocolate. Más caricias y una invitación para subir a su casa. Alex accedió y los disfrutaron de un placer compartido que ambos recordarían de forma desigual. Una cita suficientemente buena para repetir. Para gozar de nuevo. Para sentir el sabor de la piel.
Pero los hombres mariposa como Alex, jamás repetían. Una lección que Tomás tardaría mucho tiempo en aprender.
Los amores cibernéticos deben ser iguales que los demás.
ResponderEliminarLos que están en el teclaado son personas y puede haber una diversidad inimaginable de personalidades.
Hay que cuidarse.
Besotes
Qué bueno el concepto de hombre mariposa. También los papeles se intercambian, y muchas veces la mariposa se convierte en flor, y al revés. Seguro que Tomás cuando aprendió la lección se divirtió "haciendo el mariposa" de cuando en cuando. Yo de estas cosas no sé, pero me han contado, jaja.
ResponderEliminar¿San Agustín o El Viajero? Me quedo con la segunda.
Besos con cardamomo y miel.
Cantares, creo que en la red la gente oculta sus verdaderas caras y las cubre con una máscara de guay, de persona genial ocultando sus defectos...
ResponderEliminarTheo, tienes razón en eso de que la mariposa a veces se convierte en flor. La vida acaba poniéndote en el otro lugar, más tarde o más temprano. Era San Agustin, por cierto.
Hoy veré EL CISNE NEGRO.
Besetes para los dos.
No hay que ir a la red para encontrar ejemplares del hombre mariposa. El ambiente está lleno de ellos. Por cierto: un buen disfraz para los carnavales.
ResponderEliminarUn abrazo
Uno, muy cierto lo que dices. Hombres mariposa hay en todas partes.
ResponderEliminarGracias por tu visita.
Un abrazo.