Antes
de ver Manchester frente al mar, intuía, no se por qué razón, que me
iba a gustar mucho. A veces en la vida se tienen
extrañas certezas. Y ésta, sin duda, era una de ellas.
La
historia es dura, áspera, trata de cómo las tragedias afectan al
ser humano y trascienden más allá de lo que uno es capaz de
entender, o manejar. Habla de emociones, pero de una forma increible.
Huye de lugares comunes. De lo lagrimógeno. Es un drama de grandes
proporciones. Casey Afflect se enfrenta al probablemente personaje
más difícil de toda su carrera con brillantez.
Lee (Casey Afflect),
un perdedor de cara a la sociedad, al que la vida le ha arrebatado
todo, debe volver a su pueblo natal para encargarse de su sobrino,
tras la muerte de su hermano y enfrentarse a la culpa, en mayúsculas, a los demonios del pasado.
Un pasado trágico que nunca se menciona en las críticas
cinematográficas para evitar el consiguiente spoiler. Pero que se
intuye desolador. Y así es.
El
espectador asiste a una historia de dolor en dos tiempos. El presente
y el pasado, en un continuo flasback que va aportando información de
la vida que Lee tenía antes de abandonar Manchester by the sea,
curioso nombre de su ciudad, y que da nombre al título original de
la película.
En
febrero, cuando se estrenó en los cines, su trama me llamo
poderosamente la atención. Venia precedida por el rotundo éxito que había
cosechado su actor protagonista, arrasando en casi todos los premios de la
temporada, y por supuesto incluyendo una nominación al Oscar que
también logró.
Desde
entonces mi curiosidad por verla había ido en aumento, y no ha sido hasta esta
semana que la curiosidad se sació.
Las
ventajas del cine en casa son que después de la película puedes ver
el cómo se hizo y aprender, en este caso, más de los personajes, de
historias que no se ven en la pantalla, aunque los espectadores más
avezados sabrán leer entre lineas.
El
duelo en algunas secuencias entre Patrick (Lucas Hedges) y su tio Lee te deja sin
palabras. Te deja abatido, igual que Lee ante un discurso lleno de
verdad, de fuerza pero que te atropella como un bulldozer y te
aplasta como cien kilos de cemento sobre tu cabeza.
Los
paralelismos que hace Patrick entre la prometedora vida de si mismo, un adolescente que estudia
bachillerato, que está en dos equipos deportivos, en una banda de
rock, con una novia preciosa, frente a un hombre que lo ha perdido
todo y se ha entregado a un dolor del que parece no podrá nunca
reponerse, te golpean como los versos de Miguel Hernández "un golpe helado, un hachazo invisible y homicida.... te ha derribado".
Otra de las secuencias que me parecen magníficas, es la conversación que Lee tiene con su ex mujer (Michelle Williams) al final de la película. Llena de palabras sin decirse, de significado, de dolor acumulado y no siempre bien procesado. El texto, de Lonergan, también logró el Oscar al mejor guión original.
Para
mi es una obra inmensa, una obra maestra. Los escenarios helados de
Manchestes frente al mar, van de la mano de las emociones que vive su
gran protagonista. Y la sobrecogedora música de la banda sonora (Lesley Barber), que
acompaña a la historia en los momentos clave del pasado de Lee, le
confiere gran fuerza, a la vez que se nos narran unos hechos
esenciales para entender la psicología de un personaje roto.
Manchester
frente al mar es una historia de como el ser humano debe enfrentarse
a un dolor y un sufrimiento que a todos, tarde o temprano, nos llega
de una manera u otra.